lunes, 1 de enero de 2007

Sobre la conveniencia de transgredir las normas


Llamarle transgresor a un artista es de algún modo elogiarlo. Un artista es transgresor cuando es audaz, original, cuando transita caminos que nadie ha transitado, cuando traspasa fronteras que supuestamente no pueden o no deben traspasarse. En estos casos, transgresor es un adjetivo positivo. Sin embargo, transgredir –en su sentido etimológico-, es violar una norma o ley, según nos explica el diccionario. Es, de alguna manera, romper con un pacto, con un contrato de convivencia que no debe ser violado. Transgredir es, desde este punto de vista, un hecho negativo.
Un lugar común afirma que los argentinos somos transgresores. Somos transgresores –decimos-, porque nos creemos audaces y originales. Y vivos.
En otras palabras: creemos que somos transgresores en el primero de los sentidos que he mencionado aquí.
Puede que esto sea cierto en algunos casos: no hay duda de que somos creativos, ora para crear alguna obra de arte, ora para robar.
No obstante, yo sostengo que los argentinos somos transgresores más precisamente en el segundo que en el primero de los sentidos aquí explicitados.
Violamos las leyes alegremente, transgredimos, si, pero transgredimos aquello que no debe ser transgredido.
En otras palabras: NO SOMOS EN VERDAD TRANSGRESORES.
Es muy simple de entender: hay normas que están para ser respetadas y otras que están hechas para ser violadas. El que transgrede las primeras no es un transgresor: es un idiota.
El verdadero transgresor es el que viola las leyes estúpidas o injustas.
Quiero decir: los argentinos somos unos consuetudinarios violadores de la ley, desde la más simple ordenanza hasta la propia Constitución Nacional. Basta con salir por un instante a la calle para ver que cada uno hace lo que le viene en gana sin ningún tipo de prurito o rubor. Tirar el papelito en el piso o hacer cagar al perro en la vereda del vecino, son pequeños actos cotidianos que nos definen como sociedad.
“El que es deshonesto en las pequeñas cosas, lo será en las grandes cosas”, explica la Biblia.
“Transgredimos” porque no tenemos incorporados los parámetros para vivir en una sociedad desarrollada. Transgredimos porque somos esencialmente un país subdesarrollado.
¿Lo somos?La mayoría de las personas a las que les presento este argumento me dicen: “yo soy honesto”.
Yo, argentino.
Y claro, estos mismos argentinos tienen el cable pinchado del vecino y arreglan al oficial de tránsito cuando cometen una infracción.
Cocodrilo que se duerme es cartera.
Cocodrilo que no transgrede es un gil, un gil que no afana.
Nuestra “transgresión” ya es natural en nosotros: es un acto incorporado a nuestros hábitos más profundos.
Y luego, claro, esos mismos argentinos se asombran y se indignan cuando se descubre un caso de corrupción o cuando se produce alguna tragedia, conjunción de “transgresiones”. Y entonces señalan con el dedo a algún culpable, que nunca es uno de ellos.
En el país del ¡no pasa naaada! la culpa siempre la tienen los demás.
Transgredimos, en efecto, pero transgredimos lo que no debe transgredirse. El día en que decidamos ser un país en serio, ese día sí, ese día sí seremos verdaderos transgresores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"...el que no llora no mama y el que no afana es un gil... dale que va!..."

Prefiero transgredir las barreras del alma.