jueves, 29 de noviembre de 2007

El más grande de todos


Se masturbaba en público, para horror de los señores decentes; dormía en un tonel, o en una caverna; defendía el canibalismo y el incesto; denostaba a los dioses paganos; comía una dieta a base de cebollas y vivía con los perros, como un perro más.

Fue el primer anarquista: el Gran Perro Transgresor.

El hombre que se salió de la sociedad por voluntad propia y la desafió, desde afuera, solo contra el mundo.

El más grande de todos: Diógenes.

No nos ha llegado casi nada de lo que pudiera haber escrito. Sólo sus anécdotas e insólitas invectivas, legadas básicamente por Diógenes Laercio, historiador del siglo III.

Nacido en Sínope hacia el 413 AdC, Diógenes llevó al extremo la doctrina cínica de Antístenes: el desprecio por las convenciones sociales y el rechazo a las posesiones mundanas. Un ascetismo militante y provocador, resumido en la autarquía (gobierno de uno mismo).

Diógenes vivía con lo puesto y desdeñaba lo superfluo o innecesario. Un buen día, mientras bebía agua de un río con un cuenco de madera, vio que un niño tomaba con sus manos desnudas. Desechando al cuenco, dijo:

-Un chico me gana en simplicidad...

Para burlarse de sus conciudadanos, iba a plena luz del día con una lámpara, en busca de un hombre honesto que nunca encontraría.

Hacía befa de Platón, quien lo definió como "un Sócrates que se ha vuelto loco".

Una vez fue capturado y ofrecido como esclavo. Cuando el patrón le preguntó qué sabía hacer, contestó:

-¡Mandar! Véndeme entonces a alguien que necesite un amo...

Sus posiciones radicales le ganaron el odio y el respeto de los ciudadanos, e incluso, de los poderosos.

Cuenta la más conocida anécdota (posiblemente apócrifa) que una tarde, el mismísimo Alejandro Magno vino a visitarle, enterado de su fama. ¡Cuánto daría por poder ver el encuentro entre esos dos hombres tan diametralmente opuestos! Uno: Alejandro, joven, altivo, arrogante conquistador del mundo. El otro: un viejo harapiento que sólo podía conquistarse a sí mismo.

Parece que Alejandro se presentó con una sonrisa y exclamó:

-¿En qué puedo serte útil? ¡Pídeme lo que quieras!

Diógenes lo miró por el rabillo del ojo con un desprecio que resumía todo el desprecio del mundo. Y entonces le contestó:

-Si, te voy a pedir algo... Que te corras del sol, porque me lo estás tapando...

La sonrisa se le borró a Alejandro: aquello era un desaire monumental, un desaire al hombre más poderoso del mundo.

Dos matones de Alejandro se adelantaron para dar escarmiento al viejo filósofo: hubiera bastado un chasquido de un dedo del macedonio, para que Diógenes pasara a mejor vida en un instante. Pero Alejandro contuvo a sus hombres. Recuperando la sonrisa y haciendo una reverencia, el conquistador dijo:

-Así se hará.

Y dio media vuelta y se fue.

Cuentan que al marcharse, Alejandro dijo a los suyos por lo bajo: "Si no fuera Alejandro, querría ser Diógenes..."

A eso llamo yo ser el más grande de todos.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Pobre, la gente


A menudo oigo la siguiente afirmación: ante un conflicto –un paro de subtes, por ejemplo-, se dice y se repite: la gente no tiene nada que ver.

O bien, “qué culpa tiene la gente”.

(Nótese que el concepto “la gente” ha reemplazado a “el pueblo”, como ha advertido José Pablo Feinmann. “El pueblo” está cargado de ideología. “La gente”, en cambio, es más light, como todo hoy)

Entonces se repite: la gente no tiene nada que ver.

¿No tiene nada que ver, la gente?

Hay paro de subtes: la gente se queda de a pie. ¿Qué culpa tenemos nosotros?, repite la gente ante las cámaras de TV.

Los trenes andan que son un desastre. La gente viaja como sardinas enlatadas. ¿Qué culpa tenemos nosotros, la gente, de que los trenes no anden como es debido?

Aumenta la delincuencia a niveles insoportables. “Que alguien haga algo”, dice la gente, que –obviamente- no tiene nada que ver con el mencionado aumento de la delincuencia.

Pobre, la gente.

La gente nunca tiene nada que ver con lo malo que ocurre en el país.

¿No tiene nada que ver, la gente?

¿No es la gente, esta que ahora protesta, la misma que votó las privatizaciones de los subtes y de los trenes? ¿Por qué, entonces, la gente no tiene nada que ver con los conflictos en esos servicios?

Pobre, la gente.

Las desgracias, en nuestro país, ocurren por generación espontánea.

Yo, argentino.

Pobre, la gente.

Los gobernantes llegaron al poder caídos desde el espacio intersideral, no fueron votados por “la gente”, la cómoda gente que quería tener el autito en cuotas.

Algo habrán hecho.

El aumento de la delincuencia no es producto de un plan económico nefasto consentido por “la gente”.

No. Todo es un plan macabro del FMI, o de los marcianos.

Por algo será.

La culpa de todo lo malo siempre la tienen los demás, nunca la gente.

No te metás.

La gente no votó -¡hasta tres veces!-, a un tipo que dijo haber leído las obras de Sócrates.

No. Ni las novelas de Borges, tampoco.

“La gente” no tiene los gobernantes que se merece, tiene los gobernantes que se le parecen, decía Malraux.

Yo no lo voté.

Pobre, la gente.




jueves, 15 de noviembre de 2007

La culpa de la pobreza la tienen los ricos


En un país que tiene para abastecer a toda su población, la sola existencia de ricos no implica que haya pobres. Como ocurre en los países nórdicos, por caso, puede haber ciudadanos con altísimos ingresos y, al mismo tiempo, una población general alejada de la pobreza.

Pero si un país tiene para abastecer a toda su población, y además tiene pobres, es NECESARIAMENTE porque tiene ricos.

En un país así, la existencia de pobres es una consecuencia directa de la existencia de ricos, porque estos últimos se quedan con más ingreso del que les corresponde.

En otras palabras: la culpa de la pobreza la tienen los ricos.

Ahora bien, ¿cómo hacer para que los pobres obtengan más ingreso? Hay dos formas elementales. Una de ellas es aumentando todo lo que produce ese país, de modo que ricos y pobres incrementen su ingreso en términos absolutos. La otra manera es más complicada: consiste, sin otro rodeo, en sacarle a los que tienen más.

En la mayoría de los casos, los que tienen más no desean perder ingreso. La naturaleza humana es dual: podemos ser altruistas o egoístas. Cuando una persona lleva mucho tiempo disfrutando de privilegios, es bastante razonable que no quiera perderlos. Los ricos, en su egoísmo natural, llegan a creer que tienen derecho a conservar sus prerrogativas. Y entonces se produce una obvia tensión: unos –los ricos-, tienden a retener ingreso y aún a aumentarlo, y en este afán son capaces de usar la coerción y la violencia; los otros –los pobres-, intentan captar ingreso quitándoselo a los ricos, y esto puede incluir también un modo violento.

Esto es lo que ha estado ocurriendo en la humanidad desde el surgimiento del estado, hace unos 5 mil años, y sigue ocurriendo hasta el día de hoy.

En la actualidad, sólo un tercio de la población mundial vive como corresponde a un nivel de vida digno. Los otros dos tercios viven por debajo de la línea de la pobreza: visto en su totalidad, LA TIERRA ES UN PLANETA SUBDESARROLLADO.

Dicho de otro modo: el verdadero problema, el único problema del mundo, ES EL SUBDESARROLLO. Todo lo demás es apenas un mero detalle.




jueves, 8 de noviembre de 2007

El simulacro K


Alguna vez dije que el kirchnerismo me parecía una suerte de simulacro de desmantelar el menemismo.

Me miraron como se mira a un loco escapado del manicomio.

(Me suele ocurrir)

No obstante, vengo meditando en el tema desde hace tiempo. Y ahora que se produce el recambio marital, creo oportuno rearmar el concepto.

Dije: simulacro de desmantelar el menemismo.

Miren.

Menem privatizaba; Kirchner re-estatiza. M indultaba a los milicos; K baja el cuadrito de Videla del Colegio Militar. M endeudaba al país para sostener el espejismo de la convertibilidad; K le paga al Fondo para que el Fondo no moleste.

A ver si se entiende: de algún modo, K es la fase siguiente de M, como su complemento, su contraparte. K viene a restañar todas las heridas causadas por M durante la nefasta década de los 90.

K legitimó su poder bombardeando a M.

En otros términos: K y M son como dos caras de una misma moneda para que, en definitiva, nada cambie realmente.

Al oponerse a M, K pone de su lado a todos los que se oponían al emir ladrón. Ahí están las Madres y Abuelas, junto a K en los actos. También están los pobres idiotas que creen que K es “un zurdito”. Son muchos los que han caído en esta trampa.

Pero yo no me como el paquete.

“El kirchnerismo es menemismo con Derechos Humanos”, oí por ahí. ¿Lo dijo algún pensador o filósofo? ¿Lo dijo José Pablo Feinmann? No, lo dijo Diego Capusotto.

Todo dicho.

Porque, ¿no era K el mismo que aceptó la privatización de YPF? ¿No era el mismo que recibió gustoso los 500 palos verdes por las regalías que correspondían a Santa Cruz? ¿Y el zurdaje? ¿No era K –y su señora esposa-, el que se reunía con M en pomposos actos y decía que era “el mejor presidente de la historia”?

No creo en los Saulos de Tarso.

Resumiendo: K no ha cambiado nada, sólo ha mitigado los efectos del modelo neoliberal sin que se afecte realmente los intereses de las clases dominantes. K (y en un primer momento Duhalde) no son sino la fase siguiente del modelo, sólo que ahora se requiere una cara keynesiana, una cara distributiva, una cara de derechos humanos.

Porque, saben muchachos, es muy fácil hoy bajar el cuadrito de Videla. Lo difícil es bajar el cuadrito de Martínez de Hoz.




jueves, 1 de noviembre de 2007

Preferiría tener pelo


El gracejo popular sostiene que la Naturaleza “es sabia". Es una frase a menudo usada para justificar que se desconoce la causa de algún fenómeno. Como no se comprende el porqué, se dice "la Naturaleza es sabia", y se acabó el entuerto. Así, si llueve o deja de llover, si nos engripamos o nos resfriamos, no faltará el que diga "por algo será, la Naturaleza es sabia..."

­Minga...!

Porque no siempre la Naturaleza es sabia. De otra forma no se explica por qué a los hombres se nos cae el pelo lastimosamente, mientras que en otras partes de nuestro cuerpo el pelo crece sin ningún tipo de tapujo o pudor. La pregunta del millón es: ¿Por qué nos quedamos pelados? ¿Por Dios, por qué...?

Los antropólogos sostienen que nuestros antepasados homínidos estaban totalmente recubiertos de pelos, al igual que los chimpancés, nuestros parientes más cercanos. En un determinado punto de la evolución -tal vez como respuesta a medio-ambientes más cálidos-, comenzamos a perder el pelo corporal, del que sólo conservamos hoy un leve vello superficial. Quedan, claro, vestigios de mayor densidad: la cabeza -exceptuando a los pelados-, la barba -salvo la mayoría de las mujeres-, las axilas y las partes pundonorosas.

Nadie sabe por qué el pelo de los hombres empieza a caerse en un determinado momento de nuestras pobres existencias. La alopecía genética -básicamente masculina-, no puede detenerse porque está programada en nuestro ADN, como ser alto o de ojos celestes. Ningún sabio ha comprendido hasta el momento la utilidad de esta "adaptación", excepto la de hacernos una malasangre terrible o la de alimentar a los fabricantes de bisoñés o pelucas.

¿Por qué carajo se nos cae el pelo? ¿Por qué -mientras mi cabeza se va quedando calva-, me salen pelos por otros lados? He tenido que acostumbrarme, por caso, a rasurame el interior de la nariz o los pabellones auriculares. Me salen pelos extraños en las cejas y en la espalda, ¡¡¡pero nunca en la cabeza!!!

El escritor Eduardo Galeano sostiene que si el pelo fuese verdaderamente importante, CRECERIA DEL LADO DE ADENTRO DE LA CABEZA. Esas son argucias de un intelectual que se ha quedado pelado. En nuestras sociedades consumistas y superficiales, EL PELO ES MÁS IMPORTANTE QUE EL CEREBRO. Al fin y al cabo, ¿para qué sirve tener sesera e intelecto? PARA HACERSE MALASANGRE CON EL GOBIERNO.

Yo preferiría tener pelo.