domingo, 25 de mayo de 2008

Porqué la Argentina es un país que no tiene arreglo

La llamada “crisis del campo” terminó por confirmar mi sospecha: la Argentina es un país que no tiene solución.
Quiero decir: la Argentina jamás será un país desarrollado, un país en serio, al menos por los próximos cincuenta o cien años.
Permítaseme el pesimismo: no tenemos arreglo.
Cuando veo la puja entre el Gobierno y “el campo” por la super-renta sojera no me queda más remedio que caer en una asombrada amargura.
Patético país.
Para defender su ventajita, los sectores más poderosos del agro han estado utilizando de idiotas útiles a los pequeños chacareros. Y se da una absurda contradicción: los que más tienen y más han ganado en los últimos años participan en una protesta que no tienen precedentes y ya está causando estragos en la economía.
El reino del revés.
¿Qué tendrían que hacer los 20 millones de ciudadanos que no tienen cloacas o red de agua potable? ¿Incendiar el país?
En tanto, el Gobierno asegura que las retenciones se aplican para mejorar la distribución del ingreso. Esto es tan creíble como las estadísticas del Indec. Si fuera así, ¿por qué el Ejecutivo no ha tocado ni un ápice al sistema tributario argentino, un dechado de regresividad e injusticia? Mas bien pareciera que sólo quiere hacer caja para sostener su alianza con una burguesía prebendaria que se está quedando con el estado “reestatizado”. O hacer caja para pagar una deuda externa cuyo origen es cuanto menos dudoso. (A propósito: ¿ustedes pagarían una deuda si no saben de dónde viene o desconfían de su legitimidad?)
País generoso.
Nuestra nación sería capaz de alimentar a 400 millones de personas, gracias a su portentosa capacidad agropecuaria. Pero de los 40 millones de argentinos que habitan nuestro suelo, uno de cada tres es pobre. Es una aparente paradoja que tiene una sola palabra que la explica: SUBDESAROLLO.
Porque, ¿lo sabían?, somos un país subdesarrollado, es hora de que lo admitamos sin rodeos. En otros términos: somos una estructura social en la que una minoría sobreconsume gracias a que una mayoría subconsume. Un país injusto que requiere de más injusticia para preservar y/o ampliar esa misma injusticia.
En 1974, el diez por ciento más rico de la población ganaba 12 veces más que el diez por ciento más pobre. Gracias a la magia del neoliberalismo, la brecha en los ingresos se amplió a 20, 30, 40 veces, aún a pesar de la recuperación post devaluación del 2002.
Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
No es un juego de palabras. Es una realidad concreta que puede medirse en las estadísticas: en la misma Capital Federal, al norte de la avenida Rivadavia, la mortalidad infantil es de 4 por mil. Al sur de la avenida Rivadavia, es de 12 por mil. ¡Y todo en la mismísima Buenos Aires! ¡Piensen lo que debe ocurrir en el interior!
Esto es el subdesarrollo: una fractura en la sociedad que beneficia a unos pocos: mientras unos entran al siglo XXI con sus mp3 y sus 4x4, otros vuelven al siglo XIX con la fiebre amarilla, la disentería y la tuberculosis.

La subeducación garantiza el subdesarrollo

Se repite a menudo que la educación es la principal vía hacia el progreso. No faltan los que al respecto citan a Sarmiento. Observando que las escuelas no tienen gas o que se les caen los techos, uno no está en condiciones de abandonar el pesimismo con que se inició este texto.
A las escuelas se les caen los techos, y a la gente, el nivel de pensamiento crítico.
El descenso en la capacidad intelectual de la población es un dato más que evidente que puede comprobarse hablando con cualquier chico de menos de 20 años. Muchos jóvenes no saben nada de nada, no pueden decir tres palabras seguidas con cierta coherencia y carecen de un mínimo de conciencia crítica y/o política, excepto que desprecian a la política. Esto no es casual: una población subeducada es la condición necesaria para implementar medidas impopulares, aún dentro de los marcos formales de la democracia.
El que piensa, pierde.
En 1999, UNICEF hizo un estudio con chicos de 5 años pertenecientes hogares pobres del conurbano bonaerense y del Gran Rosario. Las conclusiones fueron aterradoras: el 40% de esos chicos padecía una suerte de retraso mental, leve, pero retraso mental al fin. Esto es: el 40% de esos chicos no tenía las capacidades cognitivas correspondientes a su edad. ¿Las causas? La subeducación, la falta de una alimentación adecuada basada en proteínas y en nutrientes necesarios.
El subdesarrollo.
¡Y esto fue en 1999! ¡Imagínense lo que debe ser ahora! Según un reciente informe de la UCA, el 65% de los chicos menores de 17 años vive en un ambiente con un “bajo clima educativo”. Dicho de otro modo: estamos creando una generación de idiotas, idiotas útiles para la perpetuación del subdesarrollo.
El daño que han hecho las políticas “neoliberales” a la educación es tan grande –primero con la dictadura, y luego bajo el emirato corrupto-, que será muy difícil de subsanar, si es que algún día se logra.
El neoliberalismo colocó en nuestra sociedad una bomba de tiempo que estalla en la marginalidad, la subeducación, la delincuencia, en la pobreza que se vuelve perenne. Hay en el país más de 700 mil jóvenes de entre 17 y 25 años que no estudian ni trabajan. ¿Qué les espera en el futuro? Más pobreza, más droga, más cárcel.
Más subdesarrollo.

Nunca superaremos nuestro subdesarrollo

Si de algo ha servido la “crisis del campo” es que nos ha hecho entender cómo funciona nuestro país, desde todo punto de vista: el económico, el productivo, el fiscal, el político.
Y ha demostrado una vez más lo que sucede: siempre ganan unos pocos, los que viven a costilla de todos nosotros.
El boom de la soja no hizo otra cosa que evidenciar nuestra carencia de un modelo de desarrollo agroindustrial sustentable. Y digo “modelo” porque se trataría de un conjunto de políticas bien delineadas que deberían sostenerse en el tiempo, por décadas, indistintamente del gobierno que le toque en suerte llevar adelante el destino del país. Y digo “desarrollo” porque implicaría una mejora sustancial en el nivel de vida de toda la población, un salto cualitativo que ya no admite retrocesos. Y digo “agroindustrial” porque se trataría de un modelo que parta desde nuestras riquezas agropecuarias y las vincule con un sistema industrial de alta tecnología, que incorpore permanentemente valor agregado a la producción mediante la innovación tecnológica. Y digo “sustentable” porque debería tener en cuenta el eventual daño al medio ambiente y a la naturaleza: el desarrollo es sustentable, o no es desarrollo.
Pareciera, en cambio, que giramos en círculos: volvemos al pasado, al siglo XIX, y volvemos a especializarnos en producir materias primas. No es muy difícil entender que un país con una matriz productiva primarizada difícilmente logre el desarrollo.
Resumiendo: vamos por mal camino. Volvemos a equivocarnos si creemos que convertirnos en el granero del mundo nos llevará al progreso. Como la experiencia histórica lo advierte, ese modelo sólo ha beneficiado a una minoría.
Es que el subdesarrollo es más bien un problema político que económico. Su superación implicaría un cambio importante en la estructura social, un cambio que altere una situación de poder.
Un modelo económico de desarrollo como el aquí propuesto involucraría una serie de medidas progresivas, que encontrarían fuerte oposición en las minorías privilegiadas.
Implicaría, de algún modo, patear el tablero y barajar de nuevo.
Y he aquí el nudo central de mi tesis: nuestro país no tiene la suficiente masa crítica progresista como para generar ese proceso endógeno de desarrollo.
¿Quiénes encararían ese cambio profundo? ¿Los ricos, que se benefician con la desigualdad y harán todo lo posible para evitar cualquier modificación a la estructura social? ¿La clase media, esa gente mediocre que aspira a vivir como los ricos y teme acabar como los pobres? ¿Los pobres, ese conjunto de gente estupidizada y subeducada, incapaz de usar su diezmada conciencia crítica?
¿Qué movimiento político encabezaría esos eventuales cambios? ¿El peronismo, con sus infinitas caras funcionales al poder? ¿El kirchnerismo, que es una continuidad lógica del menemismo pero con una careta progresista? ¿Los manejos clientelares y autoritarios que caracterizan al PJ en los sindicatos o en muchos sitios del interior del país?
Permítanme continuar con mi pesimismo: el futuro asoma negro para la Argentina. Porque si ya hay problemas estructurales graves, pronto aparecerán varios más. Nuestro país enfrentará grandes desafíos de aquí a los próximos cincuenta años. Uno de ellos, por caso, es el fin de “la era del petróleo”.
Con un barril de crudo a 120 dólares –y con la posibilidad de que suba hasta 200 dólares-, la Argentina carece de una empresa de petróleo nacional (Enarsa es apenas un sello de goma). La malventa de YPF fue la estupidez más grande de nuestra historia. Ningún otro país cometió semejante dislate, el de vender su principal empresa, y encima, de hidrocarburos, un recurso estratégico. Como resultado de todo este delirio argentino, hace años que no hay exploración y nuestras reservas están cerca de acabarse. Mientras tanto, Brasil no para de descubrir yacimientos: a este paso, terminaremos importando crudo brasileño. Ellos –que lograron el autoabastecimiento hace poco tiempo-, terminarán vendiéndonos fluido a nosotros, que perderemos nuestro autoabastecimiento, logrado hace décadas.
Increíble.
El segundo desafío que enfrentará nuestro país será el envejecimiento de nuestra población. Se estima que hacia 2030 habrá más viejos que niños. ¿Qué ocurrirá con el sistema previsional? Hoy mismo, más del 70 por ciento de los jubilados gana la mínima (unos 600 pesos), cifra que no alcanza para cubrir ni la mitad de una canasta básica de consumo. ¿Qué va a pasar en el futuro, cuando cada vez haya más viejos y menos población activa para sostenerlos?¿Cómo va a amortiguarse ese golpe a las arcas públicas, si hoy mismo los jubilados son apenas unos despojos que reciben tan sólo migajas?
Nadie lo sabe. O mejor dicho, la respuesta es muy simple: todo va empeorar aún más.

Conclusiones pesimistas

Alguien me dijo que el pesimista es aquel que tiene la maldita manía de ver las cosas en su justa dimensión. Ustedes se preguntarán ahora si mi pesimismo era tan justificado. Yo creo que convertir a la Argentina en un país mejor es algo perfectamente posible de realizar. Están dadas ciertas condiciones teóricas: nuestras grandes riquezas naturales y un capital humano que –de milagro-, conserva cierto nivel educativo-técnico. Sólo que, creo, nunca se va a hacer tal mutación, excepto para beneficiar a la minoría de siempre.
Es en extremo difícil pensar que un país corrupto como el nuestro pueda, de pronto, cambiar para ser un lugar digno de ser vivido.
La corrupción está (casi) en nuestra naturaleza. Somos un país medularmente corrupto. El que no afana es un gil.
Cocodrilo que se duerme es cartera.
País de vivos.
Figuramos en un retrasadísimo puesto 105 en un ranking de percepción de la corrupción elaborado por Transparencia Internacional. Funcionamos a coima, a diego, a mordida. Como decía Clemenceau: la Argentina crece de noche mientras los políticos la roban de día.
Somos incorregibles.
Por todo esto digo que la Argentina es un país sin solución. Nunca lograremos concretar esa Revolución inconclusa que iniciaron Belgrano, Moreno y Castelli, un día como hoy, hace 198 años.
Nunca.