lunes, 9 de diciembre de 2013

Aquel 10 de diciembre

Fue, acaso, el día más feliz de mi vida.
Se terminaba la asfixia de la dictadura, esa garra sangrienta que nos oprimía la garganta.
Volvíamos a respirar el aire puro de la libertad.
Fue un día maravilloso, se podía comprobar en las casas y en las calles, y hasta en el clima.
Fuimos felices ese día.
Ese sábado radiante.
Fuimos felices casi sin saberlo.
Felices.
Así lo recuerdo.
Lo que vino después es otra cuestión. Decepciones más que alegrías.
Humillaciones a veces. 
Es que la democracia no lo arregla todo, como supusimos ingenuos. La democracia tarda en construirse, décadas, tal vez siglos. Y nos falta mucho.
30 años no es poco, es verdad.
Pero no habrá democracia mientras no haya cloacas ni gasas ni justicia.
La democracia es incompatible con la injusticia.
No habrá democracia mientras unos pocos tengan mucho y muchos tengan poco o nada.
No es un juego de palabras: es el problema que deberemos solucionar si queremos que aquel 10 diciembre tenga algún sentido algún día.