miércoles, 30 de mayo de 2007

Brecht


Leo una frase de Bertolt Brecht. Dice, simplificándola, más o menos así: “La ley fue hecha para ser aplicada contra aquellos a quienes su miseria les impide el respetarla”. La leo nuevamente porque me resulta brillante.

“La ley fue hecha para ser aplicada contra aquellos a quienes su miseria les impide el respetarla”

Intento comprenderla del todo. Cuando creo lograrlo, siento que me ilumina como un sol en la mañana. Es una frase extraordinaria, y podría superar a toda la sociología y a toda la basura que se ha escrito en ciencias sociales.

“La ley fue hecha para ser aplicada contra aquellos a quienes su miseria les impide el respetarla”

Traten de entenderla, porque es una frase que permite la comprensión de los sucesos. Si la entiendes, querido lector, habrás comprendido el mundo que te rodea.

jueves, 24 de mayo de 2007

La Revolución Inconclusa


Visito el monumento a Moreno (porque Moreno no tiene tumba; su tumba es el mar, al que fue arrojado luego de ser envenenado). Y pienso, ahí, frente al monumento a Moreno, cerca del Congreso, que esta Revolución no puede quedar inconclusa.

(Me digo, íntimamente, casi como una promesa, que esta Revolución no puede quedar inconclusa)

Camino hacia el bajo, por la avenida Belgrano. En el Convento de Santo Domingo me topo con la tumba del Creador de la Bandera. Es una tumba al aire libre, como mirando hacia el cielo, plagada de alegorías. Y pienso en el reloj de Belgrano, en su pobreza, en este Arístides moderno. Y pienso, ahí, frente a la tumba de Belgrano, que esta Revolución no puede quedar inconclusa.

(Me digo, íntimamente, casi como una promesa, que esta Revolución no puede quedar inconclusa)

Retomo por Bolívar, hacia el Cabildo y paso por la Iglesia de San Ignacio de Loyola. Me han dicho que allí está enterrado Castelli, el Orador de la Revolución. Entro y busco la tumba. No la veo. Le pregunto a un empleado del lugar. Me señala una suerte de altar, a un costado de la nave central. No tiene nombre ni inscripción alguna. ¿Aquí descansa Castelli, el Orador de la Revolución? ¿Así, casi como un NN? Y allí, en la tumba sin nombre de Castelli, pienso que esta Revolución no puede quedar inconclusa.

(Y me digo, íntimamente, casi como una promesa, que esta Revolución no puede quedar inconclusa)

Camino por Bolívar y llego al Cabildo. Está abierto. Entro. No visito al Cabildo desde que iba a la escuela primaria. Recorro las habitaciones, toco los muros, los cuadros. Me detengo en la sala allí donde Moreno, Belgrano y Castelli juraron la Revolución.

Y me digo, acaso algo más convencido, que esta Revolución no va a quedar inconclusa.

lunes, 14 de mayo de 2007

El país de la (des) memoria



Los científicos aseguran que los humanos poseemos dos tipos básicos de memoria: la memoria de largo plazo, que nos permite recordar hechos del pasado lejano; y la memoria de corto plazo, que nos provee de información sobre lo que ha ocurrido recientemente.

Las personas que tienen algún problema neurológico –como el Mal de Alzheimer, por caso-, pueden perder una de estas memorias, como la de corto plazo. Así, son capaces de recordar un hecho ocurrido en la infancia, pero no saben dónde han dejado el vaso con el que acaban de tomar una aspirina.

Sospecho que los argentinos tenemos un problema similar al citado: misteriosamente, no recordamos lo que ha ocurrido hasta hace muy, muy poco tiempo.

Los invito a rememorar.

Hace cuatro o cinco años, el país era pura convulsión. Había protestas, marchas, piquetes y asambleas populares. Los ahorristas pateaban las puertas de los bancos y se cortaban calles y rutas. Se cantaba “piquete y cacerola, la lucha es una sola” o “que se vayan todos” o consignas similares. En las elecciones previstas para marzo de 2002, Luis Zamora era uno de los principales candidatos al triunfo.

En otras palabras: el país era una olla a punto de estallar.

¿Qué quedó de aquello? Virtualmente nada.

Bastó para que la economía rebotara tras la crisis, bastó para que los que protestaban sintieran sus bolsillos algo más repletos, para que toda esa convulsión se olvidara misteriosamente.

Nada existió. Todo pasó. O todo pasa, como diría Julio Grondona, el prototípico presidente de la AFA. Todo desapareció en el pasado. La crisis, la pobreza, los piqueteros. Sólo queda –acaso-, la “inseguridad” como vestigio de aquel desaguisado monumental.

Perdimos la memoria de lo pasado.

Las causas que dieron origen a aquella crisis, ya no existen (¿no existen?). Parece que la convulsión de 2001/2002 ocurrió en el siglo anterior, o hace milenios. O no ocurrió.

Es más.

La década infame del menemismo tampoco existió. Fue, indudablemente, en el siglo pasado, pero parece que hubiera transcurrido antes de Cristo.

Todo se olvida.

Todo pasa.

Las personas que votaban al Emir ladrón para poder pagar el auto en cuotas no viven aún entre nosotros. No sabemos quiénes fueron esos extraños antepasados nuestros, parientes acaso de los monos.

El voto a la Rata de Anillaco nada tiene que ver con los hospitales que carecen de insumos o las escuelas con los techos agujereados o los trenes que parecen cafeteras destartaladas.

¿Qué tiene que ver, señor, el pasado reciente con nuestro pobre presente?

¡Nada! Por supuesto.

Todo es olvidado con una rapidez propia de los niños. O de los enfermos.

Ya está.

Ya pasó.

Nuestra pobre memoria selectiva borra todo aquello que no nos conviene. La crisis no existió, y por lo tanto, nuestra responsabilidad en el surgimiento de aquella crisis, tampoco.

Nadie fue.

Aquí no ha pasado nada.

Memoria corta, país con Mal de Alzheimer, todo lo malo que ocurrió no ocurrió.

¿Cómo? ¿No se enteraron?

No obstante, sospecho que caminamos de nuevo hacia una nueva crisis. Es más: me atrevería a decir que la crisis es nuestro estado normal, y que las relativas prosperidades (vg. la “estabilidad” de la convertibilidad) son lo extraño, lo anómalo.

Ahora, alegremente, estamos sembrando la futura crisis con nuestra misteriosa desmemoria: la desmemoria es lo que media entre dos de nuestras crisis.

No aprendemos más.

Olvidamos que tropezamos con una piedra, y entonces volveremos a tropezar con ella, y entonces manifestaremos la estúpida sorpresa que siempre manifestamos cuando caemos en crisis.

¿Cómo pasó esto? ¿Quién tiene la culpa? De seguro que nosotros no. La culpa es de los políticos, del FMI o del clima, pero nunca es nuestra.

Nada ocurrió. Estamos de nuevo en el Primer Mundo. ¿No lo sabían? Todos aquí tenemos teléfono celular, señor. ¿Crisis? ¿Cuál crisis? El país nada en la prosperidad sojera (aunque, claro, es mucho más injusto que hace treinta años)

Aquí no ha pasado nada.

¿El trueque? ¿Qué es eso, señor?

No lo recuerdo.