miércoles, 24 de abril de 2013

Barcelona: ¡gracias por el fútbol!


Pase lo que pase de aquí en más –lo afirmo sin dudar-, gracias, Fútbol Club Barcelona!
Así sea el final de un ciclo, como se atrevió a catalogar el diario As.
Así pueda el equipo recuperarse o se acabe su sueño –reitero-, gracias, Barcelona.
Por brindarnos un fútbol que creíamos extinto.
Un fútbol generoso, de juego asociado, que piensa más en el arco rival que en el propio.
Un fútbol de respeto por la pelota.
Gracias, entonces, Barcelona.
Por devolvernos las ganas de ver un partido.
Por combinar eficacia, táctica y elegancia.
Gracias por la genialidad de Messi.
El talento de Iniesta.
La sabiduría de Xavi.
Por no traicionarse ni en los peores momentos.
En efecto: todo tiene su fin, y también un equipo puede entrar en rendimiento decreciente.
Nada puede durar para siempre en este Universo.
Y mucho menos lo bueno.
Si esto es así –reitero esta hipótesis osada-, gracias de todos modos por lo vivido y lo que acaso aún queda por vivir.
En nombre de la sangre catalana que me heredaron mis ancestros.
Gracias, Barcelona, por relumbrar como una perla en el barro del fútbol mezquino, utilitarista, especulador.
Un fútbol mediocre como el mundo mismo.


domingo, 7 de abril de 2013

Hasta la próxima tragedia (versión 3)


La secuencia es simple.
Primero incubamos la tragedia.
(Y digo incubamos, porque en este país, las tragedias no nacen de un repollo)
En efecto: primero incubamos la tragedia.
Prolijamente.
Y entonces consentimos o votamos la destrucción del estado.
De la educación.
De la salud.
(Y luego pretendemos, claro, que los trenes funcionen como en Suiza.
O que las escuelas sean como en Finlandia).
Incubamos la tragedia –repito-, con nuestros actos cotidianos.
De desprecio por las reglas.
De viveza criolla.
Incubamos la tragedia al elegir –nuevamente-, a quienes nos gobiernan.
Que se parecen a nosotros, al fin y al cabo.
Y son siempre los mismos.
Cada pueblo tiene los gobernantes que se le parecen.
Y entonces elegimos ir siempre por los mismos caminos.
Y oh casualidad llegamos siempre a los mismos sitios.
Y tropezamos siempre con las mismas piedras.
Y después de tanto incubar la tragedia, la tragedia -al fin-, se produce.
Y entonces sobrevienen el dolor, el estupor, la indignación.
Y luego, la solidaridad.
Porque, eso sí, somos un país muy solidario, ¿sabe?
Y entregamos todo, como expiando nuestras culpas.
(Esas culpas que nadie tiene, o que son siempre de los demás)
Pero luego del dolor, el estupor y la indignación, volvemos a la normalidad.
Volvemos a nuestra estúpida comodidad.
A nuestra desidia.
A nuestro subdesarrollo, ese que beneficia a unos pocos.
Volvemos a incubar nuestra próxima tragedia.