jueves, 9 de julio de 2009

Los outsiders y el "no-golpe" de estado


La novedad particular de la democracia latinoamericana de los últimos años consiste en que las clases dominantes ya no necesitan poner a intermediarios (llamesé políticos) como candidatos de gobierno. Ahora, el establishment coloca gente de su propio seno, “empresarios exitosos” que saltan con buena fortuna a la arena política.

En nuestro país, los casos paradigmáticos son los de Mauricio Macri y ahora de Francisco de Narváez, que no por nada son aliados electorales.

Durante muchos años, los políticos fueron un mal necesario para el establishment, y fue menester transformarlos en títeres para asegurar las apariencias democráticas. De lo contrario, había golpe de estado o “fraude patriótico”.

Es lo que se denomina “desprestigio de la política”: tener una militancia, hoy en día, no garantiza nada y es más bien un demérito cuando de elecciones se trata.

Mejor es ser un “empresario exitoso” que sale sonriente en la tele.

El novedoso fenómeno (esto es, el de los outsiders de la política que ganan elecciones vía billetera del poder económico) no ocurre en casi ningún lugar más o menos normal del mundo, (voto a Ross Perot!) con la notoria excepción de Italia, donde gobierna el inefable Silvio Berlusconi.

Pese a las denuncias de corrupción reiteradas y a los escandaletes sexuales en que se ha visto involucrado, Il Cavaliere sigue en su puesto muy orondamente, incluso votado en diversas ocasiones por el pueblo de su país. “Los italianos me quieren así”, dice sonriente Berlusconi, que –vaya casualidad-, es dueño de las principales cadenas de medios de la península.

En fin.

Otra de las curiosas “novedades” que han ocurrido recientemente en Latinoamérica es el particular golpe de estado contra el presidente de Honduras, Manuel Zelaya.

Zelaya –un político de derecha que hizo en el aire una pirueta de realpolitik para saltar a la izquierda chavista-, fue detenido por los militares y “depositado” amablemente en otro país. Quienes organizaron el golpe de estado –es decir, quienes removieron ilegalmente a un presidente constitucional-, dicen muy serios que no hicieron ningún golpe de estado.

¿Cómo dice?

Se trata de un extraño no-golpe, o –argumentan-, un golpe de estado legal, como si esos términos pudieran ser compatibles.

Antaño, en Latinoamérica, el Ejército hacía un golpe y no tenía pruritos en disimularlo: “Las FF.AA. han tomado el control del Gobierno”, decían secamente en su primer comunicado. A lo sumo, lo más raro que ocurrió fueron los “autogolpes” de Bordaberry en Uruguay (1973) o Fujimori en Perú (1992): en ambos casos, el Ejecutivo disolvía a los otros dos poderes y asumía el mando del Estado.

Lo curioso del caso hondureño es que el Ejecutivo ha sido removido con la anuencia explícita de los otros dos poderes. Y, claro, el apoyo del Ejército, la Iglesia y el establishment económico.

En esto no es muy “original”.

¿Estarán los outsiders y los “no-golpes” de estado en el futuro próximo de Latinoamérica?

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