Está en la naturaleza de la medicina que si hacés
algo mal, vas a matar a alguien. Si no pueden asumir esa realidad, elijan otra
profesión.
Dr. Gregory
House
Primum non nocere (Lo primero es no dañar)
Precepto
atribuido a Hipócrates
La medicina
occidental se ha transformado en una maquinaria compleja capaz de salvar tantas vidas como de segarlas.
Parece una
contradicción, pero no lo es.
Decenas de millones, dice la OMS. Evidencias no le faltan.
El informe Death by medicine (Muerte por la
medicina) advertía -hace casi ya diez años-, que los errores médicos eran la principal causa de muerte en los
EE.UU., con más de 780 mil decesos anuales. De acuerdo a este polémico
artículo, el sistema de salud estadounidense causa más daño que beneficio.
Más datos
respaldan su hipótesis.
Según un
estudio de la Asociación
de Oncología Médica de Italia, mueren en ese país europeo 90 personas al día
por fallas en el sistema sanitario, unas 32 mil al año. La sumatoria mortal supera
a las provocadas por el cáncer, las dolencias cardiovasculares o los accidentes
de tránsito.
Peor el
remedio que la enfermedad: hace rato ya que la medicina occidental se ha
transformado en parte del problema de
la salud mundial antes que en su solución.
La miopía de
los médicos
La medicina
occidental padece de una miopía peligrosa:
ve al paciente como un mero conjunto de
síntomas que se expresan en algún órgano o sistema, e ignora la totalidad
del cuerpo del enfermo. Ignora que el
todo no puede reducirse a sus partes. De ese modo, si uno tiene un problema
en el hígado, es atendido por un hepatólogo; si uno tiene un problema en el
corazón, lo derivan al cardiólogo, etc., etc., etc. Todos los especialistas ven
su “parte” del problema, pero ninguno ve al paciente como a un todo somático, psicológico y social.
Al experto en un pedazo del cuerpo
rara vez le importa el entorno del paciente, sus opiniones y sus hábitos, por
lo que apenas conoce algo de él.
Porque nadie
mejor que uno conoce su propio cuerpo.
Sin embargo,
el enfermo no puede abrir la boca cuando va al consultorio porque el doctor es el que sabe. La relación
médico-paciente se sustenta en una subordinación
tácita del segundo al primero. No hay cosa más desagradable para los
médicos que aparezca un enfermo que se atreve a dudar, a disentir y –peor aún-,
a cuestionar su saber.
-¿Quién es el
médico, usted o yo? –suelen preguntar los médicos en esa incómoda
circunstancia.
Para la
medicina occidental, los pacientes no tienen opinión alguna en el proceso de
diagnóstico: son idiotas (House
consiente este término), meros conjuntos
de síntomas con patas que deben hacer lo
que se les dice.
Y punto.
La conclusión de
todo esto es simple y horrible: los
médicos no saben nada de sus pacientes, excepto por la “partecita” que
les corresponde. En ese contexto, ¿cómo no se van a producir errores de
diagnóstico?
La línea de
montaje sanitaria
Ante un mismo
conjunto de síntomas, los médicos suelen recetar a menudo el mismo tratamiento
universal, como si todos los pacientes fuesen iguales. Del mismo modo, tres médicos distintos pueden hacer tres
diagnósticos diferentes sobre un mismo caso (¡Y los tres, estar mal!) Se ignora
aquel viejo precepto según el cual hay
tantas enfermedades como enfermos: el tratamiento que a un paciente puede
salvarle la vida, a otro puede sencillamente matarlo.
Es que el
diagnóstico no es una ciencia exacta: es casi un arte basado en datos y también en la intuición, esa parte de la
inteligencia que no se ve. No cualquiera puede diagnosticar, como no cualquiera
puede componer una sinfonía o escribir El
Aleph. Dicho de otro modo: muchos
médicos no están en condiciones de diagnosticar y sin embargo, lo
hacen.
Lamentablemente.
Es verdad que,
en buena medida, los malos diagnósticos tienen mucho que ver con la deficiente
atención a los pacientes. En las obras sociales -y ni que hablar de los
hospitales públicos o el PAMI, esas máquinas
de eliminar gente-, el paciente pasa por una suerte de línea de montaje sanitaria donde es atendido con una
superficialidad asombrosa. Excepto raras ocasiones, no hay tiempo para un
análisis profundo. Conclusión: el médico de hoy ha perdido el “ojo clínico” que
caracterizaba a los viejos galenos.
La industria
de la enfermedad
Tampoco debe
soslayarse que el médico es un eslabón más de una cadena muy amplia que empieza
con los grandes laboratorios farmacéuticos (que no son más que grandes empresas
capitalistas), y termina (literalmente en muchos casos) con los pacientes. ¿Ustedes leen los prospectos de los remedios que
toman? Muchos medicamentos tienen tantas contraindicaciones
y efectos adversos, que a veces es mejor quedarse con la enfermedad de base.
Sin embargo,
la cantidad de sustancias que se sobre-recetan
es enorme, como ocurre con los antibióticos. Desde luego, hay quienes ganan
mucho dinero vendiendo toda esa basura
química.
Es que la
enfermedad se ha convertido en una
industria. En los catálogos de Farmacity podemos encontrar un remedio para
cada mal: si tenés esto, tomate esto otro o aquello. Cada dolencia tiene su
cura, y su cura, claro, su precio.
En otros
términos: la medicina occidental es parte de un negocio gigantesco que lucra con la enfermedad, y por
consiguiente, con la salud de la gente.
Sanas
conclusiones
“No quiero ir
al médico porque no quiero enfermarme”, dice una frase de la inventiva popular.
A veces, lo mejor es no visitar ningún consultorio. Se los aseguro. Y mucho
menos un hospital. El peor lugar para llevar a un enfermo es a uno de estos sitios horribles, donde uno de cada diez
internados sufrirá una infección intrahospitalaria (que en uno de cada 300
casos será mortal, según cifras de la
OMS ).
De nuevo: peor el remedio que la enfermedad.
El sistema de
la medicina occidental esta enfermo: Dios quiera que no lo atiendan los
médicos.
*a mi madre, víctima no contabilizada de la medicina y los malos médicos
1 comentario:
Veo que voy por buen camino: todos están en mi contra.
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