Así sea el final de un ciclo, como se atrevió a
catalogar el diario As.
Así pueda el
equipo recuperarse o se acabe su sueño –reitero-, gracias, Barcelona.
Por brindarnos
un fútbol que creíamos extinto.
Un fútbol generoso,
de juego asociado, que piensa más en el arco rival que en el propio.
Un fútbol de
respeto por la pelota.
Gracias, entonces,
Barcelona.
Por
devolvernos las ganas de ver un partido.
Por combinar
eficacia, táctica y elegancia.
Gracias por la
genialidad de Messi.
El talento de
Iniesta.
La sabiduría
de Xavi.
Por no
traicionarse ni en los peores momentos.
En efecto:
todo tiene su fin, y también un equipo puede entrar en rendimiento decreciente.
Nada puede
durar para siempre en este Universo.
Y mucho menos
lo bueno.
Si esto es así
–reitero esta hipótesis osada-, gracias de todos modos por lo vivido y lo que
acaso aún queda por vivir.
En nombre de
la sangre catalana que me heredaron mis ancestros.
Gracias,
Barcelona, por relumbrar como una perla en el barro del fútbol mezquino,
utilitarista, especulador.
Un fútbol
mediocre como el mundo mismo.
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