Uno de los mitos que la economía neoliberal ha
implantado en el imaginario colectivo consiste en suponer que los precios suben
por obra de algún mecanismo autónomo.
Según esta visión, los precios tienen vida propia, son inexplicables e
impredecibles, como un rayo u otro fenómeno atmosférico caprichoso que hace lo
que le viene en gana.
Los precios suben, así sin más, como si tuvieran
decisión independiente y soberana, y nada podemos hacer al respecto, más que
contemplarlos como a dioses coléricos.
Pero los precios, amigos, no tienen vida propia
ni autonomía de decisión.
LOS PRECIOS SUBEN PORQUE ALGUIEN LOS SUBE, MACHO.
En otros términos: en algún momento, alguien toma la decisión de subir los precios.
Es verdad que en ciertos casos puntuales, algunos
productos pueden sufrir aumentos de precio estacionales o temporales: cuando la
oferta o la demanda son afectadas por un hecho de fuerza mayor, “los precios”
reaccionan en consecuencia.
Pero hay un pequeño error en esta concepción
neoclásica de la economía: está rematadamente
comprobada la falacia de las vetustas leyes de la oferta y la demanda. La
economía no se maneja con automatismos o equilibrios mecánicos, como creían los
autores neoclásicos. Esa es una visión in
abstracto que choca con la realidad más prístina: a los precios alguien
los sube porque le conviene y puede hacerlo, y además puede imponer esa suba a los demás actores de
la economía, incluso al Estado mismo.
Muchos comerciantes aducen que han subido sus
precios porque sus proveedores han hecho lo propio. Y así todos se tiran la
pelota unos a otros. Sin embargo, la cadena de precios que se mueve como una
ola hasta llegar al consumidor comienza en algún punto: los denominados
“formadores de precios”.
En líneas generales, estos personajes económicos son
grandes empresas que controlan todas las fases de producción y distribución de la
mayoría de los bienes. En la Argentina, sin ir más lejos, un puñado de 50
empresas maneja el 80 por ciento de todo el mercado de rubros del llamado
“consumo masivo”. Basta para que estas empresas decidan aunar conveniencias (“cartelizar” se llama a eso) para que la
cadena de precios se desate como una cascada de fichas de dominó.
Dicho de otro modo: hay quienes tienen el poder de aumentar los precios, e
iniciar la cadena de la eventual inflación.
Visto desde este ángulo, entonces, el precio no es
otra cosa que el resultado de una
estructura de poder que no responde a la simple oferta y demanda.
Cuando un precio sube,
alguien gana y alguien pierde. Adivinen quiénes son los ganadores y quiénes los
perdedores.
Esta es la razón por la cual los “controles de
precios” suelen fallar: los controles de precios nunca controlan a quienes en verdad controlan los precios,
esto es, los formadores de precios.
En sí mismo, el precio contiene el llamado “margen
de ganancia”, un porcentaje que garantiza la rentabilidad de la empresa
capitalista. Este margen de ganancia puede ser razonable (es decir, adecuado a
los costos de producción dados) o puede oscilar entre la mera especulación y el
liso y llano abuso.
Mirándolo una vez más desde este ángulo, el precio
es una suerte de transferencia legal,
que en muchos casos resulta un
sometimiento del sistema para con los consumidores.
En la Argentina, los márgenes de ganancia de muchas
empresas son de seguro tan abusivos, que los precios de sus productos se derrumbarían estrepitosamente si se
ajustaran a sus costos de producción.
Es que el precio es en si mismo un abuso. Es una transferencia permanente de ingresos del consumidor a las grandes empresas. Y
en el mejor de los casos, es una
transferencia de costos de los empresarios intermediarios al consumidor, un
mecanismo para trasladar sus pérdidas a la sociedad.
Cuando es menester –y hay razones políticas para ello-,
el aumento de precios deviene en la tan meneada inflación. O incluso, en una espiral hiperinflacionaria, que no es
otra cosa que una gigantesca y abrupta transferencia de ingresos de los pobres a los ricos por intermedio
de los precios.
Cuando hay inflación o hiperinflación no perdemos
todos: hay unos pocos que se vuelven más y más poderosos.
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