El tipo gustaba de caminar por las calles vacías de la gran ciudad, por las noches oscuras, cuando ya no había ríos de autos ni de personas inquietas.
Era todo el divertimento del tipo, un tal Leonard Mead.
Pasear, simplemente pasear.
O mirar por las ventanas de las casas los colores de los televisores encendidos.
Y respirar el aire frío de otoño.
Pero una noche, mientras vagaba por las calles oscuras de esa ciudad del futuro, un auto lo detuvo.
Era un patrullero, que lo apuntó con sus luces poderosas.
Inmediatamente, la policía le preguntó al tipo qué era lo que hacía a esas horas de la noche.
Paseando, dijo el Sr. Mead.
¿Paseando? ¿Y no tiene televisor en su casa?
El tipo negó.
¿Vive solo? ¿A qué se dedica?
El tipo dijo que era escritor.
Nos va a tener que acompañar, dijo la policía.
El tipo se resistió pero aceptó de mala gana.
¿Y adónde me llevan?
A un lugar donde corregir las conductas…, escupió la fría voz.
El Sr. Mead miró el interior del patrullero. No había nadie allí. No había ni canas.
Nadie.
Era una máquina la que lo había detenido.
Una maldita máquina.
Cuando camino solo por las noches, por las calles vacías de la gran ciudad, no dejo de sentirme siempre como el Sr. Mead, el personaje de “El peatón”, un cuento de Ray Bradbury.
1 comentario:
Evidentemente, soy el Sr. Mead...
Publicar un comentario