A propósito de las próximas elecciones, oigo muy a menudo afirmaciones como esta:
-Los políticos vienen a pedirnos el voto, pero después no se acuerdan de nosotros, los pobres.
O bien:
-Los políticos no gobiernan para la gente.
Más allá de cierta ingenuidad popular que esta frase encierra, uno puede muy bien asentir con la cabeza ante su rotundez. Es que, amigos, la cosa es muy simple: los políticos, efectivamente, no gobiernan para la gente.
Los políticos que acceden al gobierno son la resultante de una estructura de poder, poder que –precisamente-, no controla “la gente”.
Noam Chomsky decía que la democracia es apenas una votación en la que los ciudadanos “eligen a un representante de las clases dominantes, y luego se van a sus casas a ver la televisión”. Erich Fromm sostenía que las democracias occidentales se han ido reduciendo a “simples plebiscitos”, en los que –lo máximo que puede decirse-, es que al ciudadano “se lo gobierna con su consentimiento”, y nada más.
En otros términos: la “democracia” (esto es: el “mecanismo formal de elecciones”) es como esos magos que nos hacen elegir la carta que les conviene a sus trucos, haciéndonos creer que la hemos elegido por nuestra voluntad.
Elegimos mientras nada cambie en realidad.
Es que si llegara a aparecer un político que realmente deseara gobernar para la gente, entonces no accedería nunca al gobierno. Las clases dominantes tienen muchos medios para evitar que candidatos inconvenientes alcancen “el poder”.
Y si lo alcanzan, es porque no van a gobernar para la gente: en el peor de los casos, el poder de turno sabrá como fagocitarlos y usarlos a su favor.
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