El derrumbe del capitalismo financiero ha disparado una serie de extraños vaticinios, algunos de los cuales alcanzan dimensiones apocalípticas.
No faltan quienes aseguran que el capitalismo mismo ha muerto, o que ha comenzado su lenta e inexorable agonía.
Como si regresara de su añejo sarcófago, Karl Marx vuelve a la vida y resucita en medio de burlonas carcajadas de ultratumba.
El economista Immanuel Wallerstein sostiene que el capitalismo ha ingresado en su “etapa final” de vida (Clarín, Ieco, 26-10-08, pág. 4) Utilizando los ciclos de Kondratieff, Wallerstein asegura que la acumulación real del sistema ha alcanzado su límite: se entra en fase de crisis, y pum, es el fin.
This is the end, cantarían los Doors.
Proyecciones elaboradas por expertos parecen darle cierta razón. Según un informe de WWF, al ritmo actual de consumo, en 2030 se necesitarán dos planetas para satisfacer la demanda mundial.
En otros términos: la Tierra impondrá un límite ecológico insuperable, si no queremos caer en una catástrofe global.
Ahora bien: si el capitalismo se termina, ¿qué demonios va a reemplazarlo? ¿Una suerte de socialismo? ¿Otro modo de producción aún peor?
“Creo que es tan posible que se instale un sistema de explotación más violento que el capitalismo –explica Wallerstein-, como que ocupe su lugar otro más igualitario y redistributivo”
No me pregunten por qué, pero creo en la primera de las posibilidades: un sistema de explotación mucho más refinado, que utilizará la ciencia –la genética, la nanotecnología, la informática, etc.-, para controlar las mentes y los cuerpos de un modo mucho más eficaz que el actual control social.
Así lo ha anticipado la ciencia ficción en múltiples distopías futuristas.
Y como todos ustedes saben, amigos, la ciencia ficción siempre tiene razón.
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