
Según los arqueólogos, las primeras ciudades neolíticas estaban rodeadas de espesos muros que las protegían del asedio enemigo.
La antigua Jericó –una de las urbes más viejas de que se tenga noticia-, tenía unas murallas destinadas a ese aspecto meramente defensivo.
Las murallas nacieron con la civilización.
Pero a medida que las ciudades fueron haciéndose reinos y los reinos imperios, los muros se fueron transformando en una señal de poder y de exclusión.
Las trompetas de Josué
El relato bíblico nos cuenta que Josué derribó las murallas de Jericó con el sonido de sus trompetas milagrosas.
En la Ilíada, Homero refiere que los muros de Troya resistieron durante diez años el asedio griego, hasta que Ulises urdió su trampa del caballo.
Cada imperio establecía sus murallas y el tiempo se encargaba de eliminar a ambos. Porque no hay nada más frágil que un imperio.
Babilonios, persas, griegos, romanos, a todos se los tragó la Historia.
El emperador y su muralla
En el siglo III antes de Cristo, el emperador chino Shi Huang Ti –aquel que deseaba que la historia comenzase con él-, ordenó la reunificación de algunas murallas dispersas hasta convertirlas en una gran pared defensiva de 600 kilómetros de largo.
Tras sucesivas ampliaciones con los siglos, la célebre Muralla China alcanzó dimensiones descomunales durante la dinastía Ming.
Pese a que continúa en pie, su éxito en evitar las invasiones bárbaras parece que fue bastante pobre: hunos, tártaros y mongoles la violaron repetidas veces. Acaso la mayor virtud de la Gran Muralla consista en haberse transformado en una monumental atracción turística.
El Muro del dolor
En el año 70, los romanos aplastaron la sublevación judía y destruyeron el Templo de Jerusalén, el mismo del cual Jesús había echado a latigazos a los mercaderes y a los cambistas.
Sólo quedo en pie, se cree, una pared de aquel templo: es el Muro de los Lamentos.
Es que más tarde o más temprano, las murallas caen y sólo dejan paso al olvido o al dolor.
Las murallas y la Revolución
Los muros inexpugnables de los castillos medievales cayeron bajo las balas de los cañones renacentistas.
Cuando un Muro se derrumba, se derrumba con él todo un mundo.
La Bastilla sucumbió a la Revolución y con ella, todo el Antiguo Régimen.
Mucho tiempo después, otro muro se urdió en nombre de otra Revolución y pretendió dividir el corazón de Berlín en dos. No tardó en caer, junto con las esperanzas de un mundo mejor.
Es que los muros se derrumban porque son más efímeros que las palabras.
Los nuevos muros de hoy
Hoy, los descendientes de Josué, los sucesores de aquellos rebeldes de Judea en tiempos de Jesús, construyen un insólito muro para separarse de los palestinos, sus hermanos de sangre.
Hoy, el Gran Imperio del mundo construye en muro para evitar a los vecinos indeseados del Sur, los espalda mojada que llegan desde tierra azteca.
Hoy, en el Irak violento –aquel en el que reinara hace siglos la Gran Babilonia-, el Imperio construye un muro para separar a los chiítas de los sunnitas, hermanos largamente enemistados.
Muros.
Acaso ignoran que los muros se han hecho para ser derribados.