Sucede que en la mayoría de los casos, el aumento del delito y la inequidad social van de la mano, como dos caras de una misma moneda. En otras palabras: el mejor método para entender el porqué del incremento del delito es comprender cómo funciona una sociedad injusta. De allí que para reducir la delincuencia desde su raíz no haya sistema más eficaz que la vieja y consabida justicia social.
Pero para producir una mayor justicia social siempre es menester redistribuir el ingreso de modo progresivo, lo que implica afectar los intereses de los sectores privilegiados de esa sociedad.
De allí que los mitos sobre el delito sean funcionales a las clases dominantes, al empañar la comprensión cabal de este fenómeno.
Mitos
Mito 1. La peste negra
Según este mito, el delito es una suerte de “flagelo” o “enfermedad” misteriosa que ataca al tejido social. Como si fuera una peste negra medieval, el delito es producto de algún virus o bacteria de origen desconocido. Es una “plaga” que nos cae del cielo bíblico, y nunca un producto social.
En otra versión de este mito se suele hablar de la existencia de una “ola delictiva”, del mismo modo que se habla de una “ola de frío” o de una “ola de calor”. Esto es, el delito es una suerte de fenómeno atmosférico que no tiene un origen social. Por ende, sus causas quedan sumergidas en las sombras.
Mito 2. La invasión extraterrestre
De acuerdo a este mito, el delito es obra de una misteriosa “invasión”. Los delincuentes son seres extraterrestres, enemigos caídos de un plato volador a los que hay que exterminar como en “La guerra de los mundos”. Los delincuentes nunca nacen en nuestra sociedad ni se subeducan en nuestro país ni son producto de la putrefacción del tejido social: son marcianos o venusinos que deben ser eliminados. En otros términos: no son niños de la calle que con el tiempo caen en el delito. Son otros, distintos de nosotros. El delito, de este modo, no es una demostración de nuestro fracaso como sociedad, de la destrucción de nuestros valores morales, sino algo externo que no nace de nuestro propio seno social.
Mito 3. La blandura de las leyes
Para este mito muy difundido, el delito es producto de la “debilidad” de las leyes, o por la inversa, de su carencia de “dureza”. Esto es como creer que el dolor de cabeza es producto de la falta de aspirinas. Según esta visión, los delincuentes “aprovechan” la flexibilidad de la legislación o la ausencia de la acción policial para cometer sus atracos. Y luego, si son atrapados, “entran por una puerta y salen por la otra”, para volver a delinquir.
La postura más cómoda que respalda a este mito- y que suele reaparecer cada vez que hay un hecho de delito sangriento-, exige el aumento de la punición para acabar con el mal, y la perpetua construcción de cárceles para encerrar a los monstruos. Se omite que la acción penal o policial sólo actúa sobre las consecuencias y nunca sobre las causas del delito. Se soslaya que las cárceles están repletas de pequeños delincuentes urbanos: la Ley es una extraña red que atrapa a los peces pequeños y deja libres a los grandes.
Este mito asegura que el delito tiene un origen genético o racial. Como retomando las teorías lombrosianas, los delincuentes tendrían que ser previamente identificados a partir de su genotipo o su color de piel. De este modo, se podría prevenir el delito antes de que suceda, como esa historia de Philip K. Dick que fue llevada al cine.
Si bien es posible que algunas conductas antisociales puedan tener un condicionante genético, no está de más reiterar que la cultura es la base del comportamiento humano, y por ende, del delito.