Se odia lo que
se teme.
O lo que no se
conoce: lo desconocido también genera temor porque implica una amenaza.
Se odia lo que
se teme y se teme lo que no se conoce.
Se odia lo que
amenaza.
Y este país
está muy lleno de odio.
Verán.
Los
privilegiados de este país instilan odio, un odio muy fuerte de clase, porque
temen perder sus privilegios. Odian con temor lo que les amenaza. Entonces
odian a todo aquello que pueda provocar un cambio, real, posible o imaginario,
da lo mismo. Entonces odian a todo lo que representa un eventual cambio. Odian
a la “izquierda”, esos zurdos fanáticos.
Y con fulgor odian
al “populismo”, esa cosa horrible que les da algo a los pobres.
Porque el
populismo les personifica en su imaginario una amenaza de cambio, de
degradación. Y entonces, los privilegiados odian.
No hay nada
peor para un país que sus privilegiados se crean con derecho a tener
privilegios. Porque los privilegiados temen perderlo todo. Y entonces odian.
Odian con pasión, una pasión parecida a aquella que –curiosamente-, les achacan
a sus eventuales enemigos, los populistas, los zurdos.
Pero lo peor
es que ese odio de los privilegiados no se queda allí, quieto, contenido: gotea
hacia abajo, hacia la clase media, e incluso hacia los pobres.
Porque parte
de la clase media también odia. Si. También odia al populismo. Muchas personas
de clase media odian al populismo porque se sienten identificados con los
privilegiados. Porque quieren ser como ellos. Y entonces transfieren su odio
hacia los pobres, los negros, los sucios. Los de abajo: siempre hay que tener
alguien a quien menospreciar.
Y entonces
odia: la clase media odia porque quiere ser como los ricos y teme ser como los
pobres.