jueves, 6 de febrero de 2014

Porqué los precios suben

Uno de los mitos que la economía neoliberal ha implantado en el imaginario colectivo consiste en suponer que los precios suben por obra de algún mecanismo autónomo.
Según esta visión, los precios tienen vida propia, son inexplicables e impredecibles, como un rayo u otro fenómeno atmosférico caprichoso que hace lo que le viene en gana.
Los precios suben, así sin más, como si tuvieran decisión independiente y soberana, y nada podemos hacer al respecto, más que contemplarlos como a dioses coléricos. 
Pero los precios, amigos, no tienen vida propia ni autonomía de decisión.
LOS PRECIOS SUBEN PORQUE ALGUIEN LOS SUBE, MACHO.
En otros términos: en algún momento, alguien toma la decisión de subir los precios.
Es verdad que en ciertos casos puntuales, algunos productos pueden sufrir aumentos de precio estacionales o temporales: cuando la oferta o la demanda son afectadas por un hecho de fuerza mayor, “los precios” reaccionan en consecuencia.
Pero hay un pequeño error en esta concepción neoclásica de la economía: está rematadamente comprobada la falacia de las vetustas leyes de la oferta y la demanda. La economía no se maneja con automatismos o equilibrios mecánicos, como creían los autores neoclásicos. Esa es una visión in abstracto que choca con la realidad más prístina: a los precios alguien los sube porque le conviene y puede hacerlo, y además puede imponer esa suba a los demás actores de la economía, incluso al Estado mismo.
Muchos comerciantes aducen que han subido sus precios porque sus proveedores han hecho lo propio. Y así todos se tiran la pelota unos a otros. Sin embargo, la cadena de precios que se mueve como una ola hasta llegar al consumidor comienza en algún punto: los denominados “formadores de precios”.
En líneas generales, estos personajes económicos son grandes empresas que controlan todas las fases de producción y distribución de la mayoría de los bienes. En la Argentina, sin ir más lejos, un puñado de 50 empresas maneja el 80 por ciento de todo el mercado de rubros del llamado “consumo masivo”. Basta para que estas empresas decidan aunar conveniencias (“cartelizar” se llama a eso) para que la cadena de precios se desate como una cascada de fichas de dominó.
Dicho de otro modo: hay quienes tienen el poder de aumentar los precios, e iniciar la cadena de la eventual inflación.
Visto desde este ángulo, entonces, el precio no es otra cosa que el resultado de una estructura de poder que no responde a la simple oferta y demanda.
Cuando un precio sube, alguien gana y alguien pierde. Adivinen quiénes son los ganadores y quiénes los perdedores.
Esta es la razón por la cual los “controles de precios” suelen fallar: los controles de precios nunca controlan a quienes en verdad controlan los precios, esto es, los formadores de precios.
En sí mismo, el precio contiene el llamado “margen de ganancia”, un porcentaje que garantiza la rentabilidad de la empresa capitalista. Este margen de ganancia puede ser razonable (es decir, adecuado a los costos de producción dados) o puede oscilar entre la mera especulación y el liso y llano abuso.
Mirándolo una vez más desde este ángulo, el precio es una suerte de transferencia legal, que en muchos casos resulta un sometimiento del sistema para con los consumidores.
En la Argentina, los márgenes de ganancia de muchas empresas son de seguro tan abusivos, que los precios de sus productos se derrumbarían estrepitosamente si se ajustaran a sus costos de producción.
Es que el precio es en si mismo un abuso. Es una transferencia permanente de ingresos del consumidor a las grandes empresas. Y en el mejor de los casos, es una transferencia de costos de los empresarios intermediarios al consumidor, un mecanismo para trasladar sus pérdidas a la sociedad.
Cuando es menester –y hay razones políticas para ello-, el aumento de precios deviene en la tan meneada inflación. O incluso, en una espiral hiperinflacionaria, que no es otra cosa que una gigantesca y abrupta transferencia de ingresos de los pobres a los ricos por intermedio de los precios.

Cuando hay inflación o hiperinflación no perdemos todos: hay unos pocos que se vuelven más y más poderosos.