jueves, 13 de diciembre de 2012

Diciembre II


Ignoro si se debe a los efectos del calor y la proximidad del verano.
O si es producto de la inminencia de las Fiestas y las vacaciones, con toda la tensión que eso conlleva.
Sea como fuere, diciembre es un mes insoportable en Buenos Aires.
Pareciera que todas nuestras estupideces, miserias y malos modales florecen y se potencian de un modo incomprensible.
En diciembre, vale todo.
Todo es apuro, prisa, falta de respeto, molestia.
Más que en el resto del maldito año.
Cualquiera hace cualquier cosa y cualquier chispa desata la pelea.
Cualquiera se cree con derecho a hacer lo que le viene en gana.
Y entonces, yo odio a Buenos Aires en diciembre.
Y odio las Fiestas y su estúpida falsedad.
Y odio a Papá Noel y su renos de mierda.
Y odio la estulticia del consumo navideño.
Y las ofertas en los shoppings hasta las cuatro de la mañana.
Y los embotellamientos.
Y con toda mi alma, odio los cuetes.
Ah, cómo odio los cuetes.
Y los pendejos que tiran cuetes a cualquier hora.
Y los grandotes pelotudos que tiran cuetes a cualquier hora y parecen pendejos pelotudos.
Odio el daño que los cuetes les producen a perros y gatos.
Cualquiera que ha vivido con mascotas lo puede confirmar.
Es un país sádico. Masoquista. Sadomasoquista.
Parece que en diciembre se puede joder, torturar, molestar a los demás.
Todo está permitido.
Y nadie dice nada.
Cómo odio las Fiestas, por Dios.
Y los saludos hipócritas de quienes nos odian todo el año.
Odio el olor a basura, mierda y pólvora del día después de Navidad o Año Nuevo.
Odio el arbolito nevado que armamos como si estuviéramos en el Polo Norte.
Qué boludos.
Odio a esta ciudad en diciembre.
Odio a este país en diciembre.
Y por sobre todas las cosas, odio el vitel toné.