jueves, 27 de marzo de 2008

El subdesarrollo es nuestro verdadero y único problema



El término subdesarrollo escasea en los análisis técnicos o periodísticos. A menudo se lo usa para designar a algún ignoto país extremadamente pobre, como –por caso-, los del África profunda. Rara vez se lo vincula a países como Argentina o Brasil.
Y sin embargo, amigos, somos un país subdesarrollado.
Nuestro subdesarrollo nació cuando, entrado el siglo XIX, nos especializamos en producir materias primas y nos insertamos en la economía capitalista mundial como “granero del mundo”. Bastó entonces con aprovechar las ventajas comparativas de nuestro campo.
Sin embargo, el excedente producido por esa especialización sólo vino a reforzar estructuras sociales injustas: las clases dominantes se lo apropiaron sin generar un proceso de desarrollo propio.
Desde entonces, esa estructura social, económica y política llamada subdesarrollo ha condicionado nuestra historia, hasta el día de hoy.
EL SUBDESARROLLO ES NUESTRO VERDADERO Y UNICO PROBLEMA.
El actual conflicto del campo es tan sólo una muestra de mi argumentación. Baste con ver la siguiente estadística: de los 300 mil productores agrícolas que existen en el país, unos 4 mil (el 1,3%) poseen CASI LA MITAD DE LAS TIERRAS.
Esto es, amigos, una muestra de subdesarrollo.



jueves, 20 de marzo de 2008

Los autos nos poseen



Un anciano de 81 años provocó un insólito accidente de tránsito, en el que otro abuelo murió y varias personas terminaron heridas.
Este hombre –que manejaba un auto con sistema automático para personas con discapacidad-, subió a la vereda abruptamente y atropelló a los ocasionales transeúntes de la avenida Rivadavia, en pleno Flores. Luego, volvió a la calle y arrastró 50 metros a la víctima fatal.
El conductor adujo que se le trabó la caja y que perdió el control del vehículo. “Yo no hice esto: fue el auto”, argumentó.
Increíble metáfora.
Fue el auto.
Los autos nos poseen. Nos roban la volición.
Como en una novela de terror de Stephen King, los autos mandan en este país.
Los autos son los que matan a la gente, no sus conductores.
Y uno se pregunta si este señor –que había padecido un accidente cerebro-vascular-, estaba en condiciones de manejar por las calles de una ciudad como Buenos Aires. A juzgar por lo ocurrido, parece que no.
Y entonces uno se pregunta cuántas personas como este señor andan por la calle con un registro.
Cuántos como él serán en cualquier momento poseídos por sus vehículos y lanzados a las veredas para aplastar peatones.
Con sorpresa leo un informe de una clínica privada oftalmológica: uno de cada 20 conductores argentinos tiene muy mala vista, y uno de cada tres podría ver mejor pero no lo hace.
En otros términos: las calles están llenas de Mr. Magoos en potencia, personas que no ven bien por dónde van.
Personas que son poseídas por sus autos.
Personas que no respetan ninguna ley de tránsito.
Un amigo me dice que si aquí se aplicará el rigor que se aplica en otros países en materia de obtener un registro, más de la mitad de los conductores debería devolver la licencia.
Vender autos, claro, es un negocio. Y cada año se venden más. Pero la ciudad no está preparada para tantos coches juntos.
Y entonces viene el colapso.
Y los ciudadanos de este país no están capacitados para manejar vehículos.
Y entonces vienen las tragedias.
Al momento en que escribo esto, al menos diez personas murieron en distintos accidentes durante el primer día de Semana Santa.
La gente se quiere escapar de la ciudad y lo único que logra es formar kilométricas colas en las rutas, que nos remedan a aquel cuento de Cortazar.
¿Cuántos muertos más debemos soportar para que de una buena vez decidamos cumplir con las normas o con el más mínimo sentido común?
Nuestra forma de manejar nos evidencia como país subdesarrollado.
Roguemos que los autos, esos dioses coléricos, no se enfaden con nosotros.




miércoles, 12 de marzo de 2008

Chau, Jorgito


¿Y qué harán ahora Diógenes y el Linyera?