miércoles, 27 de febrero de 2008

Sembrando tragedias



Está todo bien”, decía el piloto del vuelo de LAPA instantes antes de estrellarse en la Costanera, en 1999, y de causar la muerte de 65 personas.
“Está todo bien”, repetía, mientras sonaba una alarma que decía que estaba todo mal.
Todo un símbolo.
Ahora nos enteramos de que en la Ciudad hay decenas de edificios cargados con mercaderías, pero que carecen de habilitación para funcionar como depósito. Nos enteramos porque uno de estos edificios se incendió en el Once, aunque por uno de esos milagritos que nos asisten, nadie tuvo el privilegio de morirse.
“Está todo bien”, dirán los dueños de esos edificios, mientras acumulan mercaderías en los pasillos, en los sótanos o en cualquier lado.
“No pasa naaada”.
“¿Quién se va a dar cuenta?”
Párese en una esquina de cualquier avenida. Preste atención: verá que una proporción importante de automovilistas va manejando mientras habla por el teléfono celular.
“Está todo bien”, dirán esos automovilistas antes de estrellarse y causar la tragedia nuestra de 20 muertos al día en accidentes de tránsito.
Una moda: los pibes tienen motitos ahora. Esas motitos de baja cilindrada. Claro, van de a tres arriba de las motitos: los tres sin casco.
3x1.
“No pasa naaaada”, dirán los pibes, que si sobreviven a su estupidez, serán los conductores con celular del mañana, los dueños de los edificios en falta, o los pilotos que se desconcentran durante un despegue.
Pareciera que vivimos generando pequeños lapas cotidianos, futuros cromañones, próximos infortunios.
Vivimos sembrando tragedias.
¿Por qué el asombro, el estupor, cuando luego cosechamos las desgracias?




miércoles, 6 de febrero de 2008

Pobre país de idiotas en cuatro ruedas



En 2007 se produjeron en el país 544.647 automóviles, un record histórico. Al mismo tiempo, se vendieron unos 564.000 0km, otra marca en la materia. A esto hay que sumarle el millón 200 mil usados que cambiaron de mano durante el año pasado.
Los autos motorizan al país.
La industria automotriz impulsa el dinamismo fabril y el consumo: mientras la actividad manufacturera local creció un 7,5 en 2007, la fabricación de autos trepó un 25,4%.
Los fabricantes son aún optimistas y creen que para 2008 se superarán los 600.000 vehículos armados en el país. El parque automotor no para de crecer y ya debe haber superado los 8 millones de vehículos.
En otros términos: cada vez hay más y más autos en las calles.
Y habrá cada vez más y más.
Las consecuencias no son muy difíciles de predecir: habrá cada vez más embotellamientos, más accidentes, más heridos.
Y más muertos.
La ciudad se formatea para los autos, no para las personas. Basta con ir al centro cualquier día en una hora pico: cada día se hace más difícil salir de allí.
Los autos se han adueñado de las calles, y de algún modo, de nosotros mismos.
Porque pareciera que los argentinos sólo desean tener su auto. O dicho de otro modo: el objetivo central del argentino medio es tener un auto.
Según una encuesta de TNS Gallup, el auto es el objeto que más desean los hombres argentinos. (Clarín, 24-06-07) Muchos de los automovilistas tratan a sus vehículos como si fueran parte de su familia. O incluso, mejor que a su familia. Un 23% de ellos declara un “sentimiento de cariño” por su cochecito. Un 77% dice que el cuidado de su rodado es “bastante” o “muy importante”.
¡Mi querido autito!
Esta claro que para el argentino medio, el auto es más que una cosa con cuatro ruedas: es un objeto de prestigio, poder y reputación. El auto es para el argentino medio esa máquina que sirve para vanagloriarse delante de los vecinos, amigos y parientes.
Porque pareciera que hay una estúpida escala de status: el que tiene auto se cree mejor que el que no lo tiene. Y el que tiene un auto mejor se cree mejor que el que tiene un auto no tan bueno.
En la película Juan que reía, Luis Brandoni es un empleado que quiere ascender en su empresa. Entonces se compra un Citroen 3CV. Todo es felicidad en su mundillo mediocre hasta el día en que le afanan su cochecito: su vida se derrumba estrepitosamente.
-¡Y todo por ese asado de mierda!-, grita el personaje de Brandoni cuando constata que le han robado su querido Citroen por haber ido a un asado al que no quería ir.
“El argentino medio no puede vivir sin su auto, es parte de su ser”, es el mensaje filosófico de Juan que reía.
Basta para que el argentino tenga un poco de pelusa en el bolsillo, para que inmediatamente corra a comprarse su querido autito, y deje de lado otras prioridades, como por caso una vivienda. Esto explica el boom de la venta y producción de autos. Según la misma encuesta de Gallup, tres de cada cuatro argentinos desea cambiar su auto.
Cuando no lo tienen, quieren tenerlo. Cuando lo tienen, sueñan con uno mejor.
Porque al argentino medio podés tocarle el culo o insultarle a la vieja: pero ni se te ocurra rasparle al auto. Basta recordar el caso de aquel tipo al que le rozaron un espejito en un peaje: se bajó, discutió y mató de un tiro al joven conductor del otro coche.
Subido a su autito, el argentino se siente un pequeño dios: se siente Fangio, Schumacher y el Flaco Traverso juntos. Esa omnipotencia del argentino estúpido subido a su autito es lo que causa la mayoría de los 20 muertos al día en accidentes de tránsito.
El argentino medio, subido a su autito, siente que nunca le va a pasar nada.
Porque, claro, los que manejan mal son los demás, no yo. Nueve de cada diez varones creen que conducen bien. Por supuesto: los que no se ponen el cinturón de seguridad o los que van hablando con el celular mientras manejan son los otros, no yo.
Cualquier idiota, subido a su auto, se cree Gardel en este país de opas. Como una prolongación del pene, los vivos argentinos creen que la tienen más larga por tener cuatro ruedas de morondanga.
Pobre país de inmaduros.
Porque pocas cosas como el deseo de tener un auto han causado más daño a este país. Mientras el menemato corrupto regalaba el estado, los argentinos consentían la estafa con su voto, a cambio de poder conseguir su autito.
Los argentinos, con tal de tener su estúpido auto, son capaces de arruinar el país.
Pobre país de idiotas en cuatro ruedas.
Recuerdo que por aquel entonces –año 1993 o 1994-, discutí con un amigo por este tema. Él me decía que iba a votar al lector de Sócrates. Yo le argumenté que eso sería una estupidez, que el menemato estaba regalando el país, que la convertibilidad era un espejismo y que todo iba a terminar mal. Él me miró con cara de vivo y me dijo:
-Puede que tengas razón... pero yo tengo que pagar el auto en cuotas...
Ese día comprendí que este es un pobre país de idiotas en cuatro ruedas.